HOUSTON: TENEMOS UN PROBLEMA
HOUSTON: TENEMOS UN PROBLEMA
La semana pasada mientras se presentaba Mandrágora me di cuenta: Nury tienes un problema. Normalmente soy muy terca y odio admitir cuando me equivoco o cuando me la estoy pasando mal pero en esta ocasión fue demasiado obvio. Un cuerpo se hace presente donde no es requerido y a uno le tiemblan las rodillas, la voz, la sangre baja hasta los pies, le dan nauseas y uno piensa que es el fin del mundo. La gente se enoja con uno, la gente que uno quiere, admira y respeta.
Después de la aparición, el bullicio y un hombre bailando en trapos y aventando humo por toda la sala me desaparecí con los que quiero, y mientras tomaba un chocolate caliente de precio excesivo con mi escaso presupuesto al fin lo tuve claro. A veces bromeo que cuando sea vieja probaré, muy al estilo del abuelo de Little Miss Sunshine, heroína y moriré de una OD como una abuela rara pero cool. Hay ocasiones en las que pienso que mi situación no se aleja mucho a la de ese abuelo heroinómano.
Todo puede funcionar como lo hacen las drogas, una experiencia nos engancha y nos hace de una u otro forma adictos a la presencia de tal o cual elemento en nuestra vida. Expliqué mi problema a mis amigos con calma y honestidad, hubo dos razones por las que no quise ver su cara: la primera es porque estaba segura que el proceso de enunciación hacía de mi falla (como la de San Andrés) algo visible ante sus ojos, la segunda es porque estaba distrayendo el temblor que me provocaba el reconocimiento de mi problema y el frío tan característico de Puebla atrapando Pokemones.
Al terminar de dejar salir aquello que en ese momento parecía tan claro me reí, como una Harley Quinn enloquecida por las notas de amor del señor de la sonrisita. Nos quedamos en silencio unos segundos y el más honesto de los dos dijo “no mames, estás mal” yo respondí que era algo que había quedado marcado, una dinámica de poder difícil de quebrantar. De ir y venir, de dimes y diretes, de ciclos que se repiten una y otra y otra vez hasta que te da hueva. La hueva nunca ha sido lo mío, mi abuelo trabajó desde los 8 años y uno así no puede darse el lujo de tener hueva. Una parte de mi desea no tener hueva y que no la juzguen por eso, otra parte de mi está muy cansada y quiere poner todos los mares de distancia entre la sonrisa rota y ella.
Sé que se siente estar escuchando desde la otra silla, juzgar es muy fácil, yo lo hacía todo el tiempo. Con mi mamá, con mi tía, con algunas otras personas y no entendía como eran capaces de soportar tanto y todo. Muy dentro de mi todas esas mujeres me parecían menos, tontas, descarriadas del camino de la razón. Ahora no las juzgo, sé que se siente caminar en unos zapatos en los que no quieres estar, como cuando esa vez en el kínder lo único que quería era ponerme mis botines rojos y tenía que usar los zapatitos negros escolares. Creo que aceptar que tienes un problema es el primer paso para poder volver a ponerte los botines rojos. Caminar y ser tú, la de antes y la que quieres ser siempre.