Silencio violento: Dos relatos cortos de violación*
I
Yo tenía diecisiete cuando lo conocí. Famoso por sus pinturas y murales, tuve la oportunidad de entrevistarlo para una clase y quedé prendida de él.
Era casado y con dos hijos. No me importó. Siempre busqué el cariño que me faltó en casa. Mi primera cita con él fue en un Starbucks. Hablamos del street art, películas y artistas locales de aquel tiempo. Volvimos a encontrarnos en un evento cultural, esta vez hablamos de su familia, yo le conté que sólo tuve un novio. Pasaron los meses, hablábamos por Facebook y me invitaba a conferencias que daba en alguna escuela de arte.
Una tarde de enero, me llevó a un taller de pintura para jóvenes estudiantes de la universidad. Me senté en sus piernas y lo besé por primera vez. A los pocos días volvimos al taller, nevaba.
Se sentó en una silla y se bajó los pantalones. Me hizo besarle su pene sucio, lleno de quién sabe qué cosa. No fue agradable el olor ni el sabor. Antes que pudiera quitar mi boca de encima, ya me tenía contra una mesa. Ahí me bajó las pantaletas y me lo metió con tanta fuerza que me sangró el culo.
No fue divertido. No fue romántico. Lloré, pero no paró.
“No eres virgen”, fue lo primero que dijo al terminar. “Lávate. Allá en el fondo del pasillo hay una regadera.” Con temor me lavé. No había agua caliente. Me miró lavarme entre las nalgas y me pasó papel higiénico para limpiarme.
Me subí a su carro, mojada de vergüenza, aterrorizada. Seguía nevando. “Vamos al Starbucks”, le dije que quería ir a mi casa. “No le cuentes a nadie. Recuerda que tengo familia.” Le dije que no, pero que jamás me volviera a buscar.
Ahora tengo veintiocho, él se convirtió en el artista más premiado y famoso del país. Doctor en las artes, honoris causa en universidades de Estados Unidos y Europa. El mejor esposo, el mejor padre. Yo me fui de aquella ciudad con las manos vacías, sin ganas de volver.
Hace un par de meses vi una pintura de él en una calle de la ciudad en la que ahora me exilio. Me muerdo los labios de rabia, sangro rabia y asco al saber que ésa pintura es suya. Ayer le pagué a un par de chicos 300 dólares por grafitear en cada trazo la palabra VIOLADOR.
II
Nuestra vida fue entre peleas y tener sexo. Era vivir como en una película de Woody Allen. Me convencí de amarlo. Su sueño era brincarse el Atlántico, mi sueño: tener un hijo.
La relación empezó a deteriorarse. Estar a su lado me hizo una persona distante, me preguntaba a mí misma qué quería de la vida, no tenía nada más que dolores de cabeza. Descubrí que seguía en contacto con una de sus exnovias, el problema es que hablaba mal de mí con ella. Él se cansó de mis reclamos, yo me cansé de sus mentiras.
Tuve un retraso a los pocos meses. Dos líneas en una prueba casera.
Le dije que salió negativo. Él se puso feliz “¡Qué bueno! yo no podría tener un hijo contigo.” Le pregunté por qué decía eso. “Porque no quiero. Si tú no puedes cuidarte sola, ¿qué vas a hacer con un bebé? Además, vas a querer que yo lo mantenga.” Silencio.
Dentro de mí: la parvada salvaje de Hitchcock. Una semilla de apenas nada. Pero una nada solo para mí. Al mes siguiente, no pude levantarme de la cama. Me dolía el vientre. Hilos de sangre, franjas de sangre oscura. Navajazos de dolor, rasguños. Apenas pude llegar al baño, cuando mi hijo se vino entre mis piernas hasta la coladera. Regresé desnuda a la cama, lloré hasta quedarme dormida.
Era de madrugada, llegó borracho. Me miró desnuda, seca de sangre. Me lo hizo por el culo. No me habló al día siguiente.
La relación terminó, pero siguió insistiendo en salir conmigo para «solucionar las cosas», todo terminaba igual: discutíamos e iba a mi casa para tratar de abrirme las piernas.
Un día dije “NO”. Amenazó con destruir mi vida, pero él no sabía que mi vida ya estaba destruida desde hace tiempo. Jamás supo de mi aborto. Dejé de odiarlo. Desde entonces, mi alma está llena de un vacío que se consume a diario.
Hasta la fecha, el dolor más grande no fue perder a mi bebé, si no que mi mejor amiga dijo que me había gustado que me violaran.
*Estas son dos historias distintas, pero de una sola persona, o tal vez no. Es la historia narrada por distintas personas. Ambas pueden llegar a ser ficción, o simplemente un anonimato rotundo, o una confesión…o tal vez no.
Quizá solo sean dos de los 12,156 testimonios de violación que fueron denunciados en México en 2015, según cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP). La estadística solo muestra los casos por los cuales las procuradurías iniciaron una investigación, pero no todos aquellos que no han sido denunciados oficialmente, por lo que estos relatos podrían no dimensionar la realidad.