El amor de las luciérnagas, una obra imperdible
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El amor de las luciérnagas, una obra imperdible

Nuestro amor es como el de las luciérnagas, intermitente”, rememora el personaje de María en una de las obras en las que —sin que yo lo supiera—, se habría vuelto una de mis favoritas. La sorpresa es genuina. Sí, amo el teatro, pero como todos los buenos comienzos, la vez que fui a ver El amor de las luciérnagas, parecía más una experiencia laboral que algo más.

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No me malinterpreten, disfruto mucho de mi trabajo. Desde tomar fotografías hasta idear los copys para las publicaciones. Trabajar en donde estoy ha sido una “salvación”. BienChicles no es cualquier otra agencia. Luego de malos momentos, en los que descubrí los monstruos que Marx vaticinaba —lease como los jefes de una generación neoliberal—, pensé que viviría desempleada indefinidamente, mas la buena suerte cae a ratos y cuando conseguí un empleo en BienChicles, me tocó a mí, sobre todo porque significó que podría ver bellas obras. Éste fue el caso de El amor de las luciérnagas.

Gracias al dramaturgo Alejandro Ricaño y su elenco, descubrí que sí hay obras que hacen a una reírse y luego llorar, como si se tuviera un  síndrome premenstrual que dura dos horas y media.

“Entonces, imagínate que me encuentro a mí misma, ¿me entiendes?”

—María

Pero la emoción que provoca dicha pieza teatral va más allá de un cólico. El argumento es cercano, como verse en un espejo en el que la historia de la obra inicia con personajes auténticos. El vivo ejemplo de esto puede verse en María, el personaje principal. Una heroína muy a la millennial, si se me permite decirlo, llena de sueños y grandilocuentes monólogos frente a su teléfono.

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El encanto de María no se detiene allí, prosigue con su “mala suerte”, aquella que le hace desear lo imposible o el típico patán  como Rómulo, aquel que ha hecho de la frase «amiga date cuenta»  un eslogan generacional, aunque no un indicio de cinismo hacia el amor romántico. Pues, como en toda historia de amor, hay un inicio, un final,  y en el momento en el que María parece renunciar a todo, llega otro comienzo: una luciérnaga

“Tengo un taller de laudería. Bueno, un tallercito, de jaranas.”

—Ramón

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No me gustaría ahondar más en lo que sucede en la obra, no me gusta decir los finales. Solo quiero recordar al público—de esta nota que sé que muy pocos verán—, que aún existen los milagros, únicamente hay que buscarlos y les aseguro que, si van a ver El amor de las luciérnagas probablemente lo encuentren y se sorprendan como yo.

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