De vivir en el trópico, alejarse y regresar momentáneamente
Una cree saberlo todo: cómo reaccionar ante la tristeza, qué hacer en un momento de hipersensibilidad, mantenerse bajo control ante una situación que parece difícil, pero la vida, eso impredecible que se nos mete por todas partes en nuestro caminar, no es otra cosa que un eterno entrenamiento para afilar nuestros reflejos y aprender a nadar contra la corriente.
La casa, aquello que se construye con los años y con miles de recuerdos, nostalgias, amor, emociones, tristezas, llantos, dramas existenciales, entre muchas cosas más, es reflejo de un mundo que pensamos que será eterno.
A veces, me reto a pasar horas acostada con la vista hacia el techo, imaginando quedarme sin nada y qué se sentiría partir del lugar donde estoy.
Ahora, con la experiencia, ya sé qué se siente. Y no puedo negarlo: no hay otra cosa más melancólica que partir del hogar que se construye con los padres, con la pareja, con los amigos, o una sola.
Yo, sobreviviente a accidentes automovilísticos, operaciones, terremotos, huracanes y tormentas tropicales, aprendí a hacerme experta en botarlo todo cuando ya no hay nada por rescatar. Porque simplemente una a qué se queda con algo en un lugar si el resultado es sufrir.
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¿No se preguntan, como yo, qué es la felicidad?
Yo creía conocerla. Pero vivir en la ciudad caótica que se convirtió Acapulco (no recuerdo vivirla así en la infancia, quizá porque mis padres me construyeron un mundo donde ser niño era glorioso) no es otra cosa que aprender a sobrevivir en puerto que tanto amas y que te repite una y otra vez que ahí no hay futuro, no ahora, no pronto.
Por ello, cuando partí, aún con lágrimas nadando en mis ojeras, sabía que botarlo todo era la mejor opción. No renuncié, debo decirlo, porque no lo abandoné todo por sólo abandonarlo, sino porque acabé con todas las opciones. Me exprimí lo último que tenía de corazón y sabía que era momento de emprender el viaje.
Al principio, me creía Siddhartha, y era una mezcla de persona positiva y melancólica, pero probar otra ciudad, construir de nuevo el hogar y caminar por calles que desconozco, me ha traído una mirada que espera conocer espacios y personas.
Quizá, después de todo, mi pedazo de trópico en una ciudad de muchos edificios se resume a los libros bañados con brisa marina, fotos que conservo desde pequeña y ropa que combino con pantalones, bufandas y chamarras porque la que tengo sigue siendo para un clima cálido.
Es entonces, que ahora que vuelvo por unos días al puerto, y escribo este texto, me doy cuenta que una parte de Caleta, de la colonia Morelos y del Zócalo de Acapulco siguen permaneciendo dentro de mí. Y me atrevo valientemente a creer que quizá el hogar se construye, en realidad, en lo interno.