ACENTOS
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ACENTOS

Desde chica mi mamá se obsesionó con la idea de que aprendiera inglés, ya saben el idioma que te abre todas las puertas. En mi escuela sólo se daba una hora de la materia y, como mi mamá quería un futuro lleno de posibilidades, me metió a clases extra cerca de la casa.

Esto vino con refuerzos extra, así cuando veía películas de Disney lo hacía en inglés, mi tío que se había ido al gringo se encargaba de traerlas en VHS. Yo no sé si nació gringo o se hizo gringo pero de ahí ya nadie lo pudo sacar; Miami-style, fancy car, gringa wife y una chiquilla que en lugar de crecer para hacer su quinceañera lo hizo con la esperanza de llegar a los supersweetsixteenMi abuelo, que por aquellos tiempos se dedicaba sólo al bisnes, también me hablaba en inglés «Come on girl! You’ve got to practice» y aunque no me gustaba lo hacía para tener el perfect accent. Mi abuela nunca me habló en inglés, ya con el portugués teníamos para contarnos leyendas de la creación del mundo y de como un hombre perdió los ojos para hacer crecer Guaraná.

Tiempo después la mitad de mi familia saltó el río, la hermana de mi mamá siguió a su husband y al all-american-dream con un chiquillo bajo el brazo que no deja de crecer y ahí no paró pues tuvo otros tres chamacos para compensar la ausencia de su familia nuclear. A mi otra prima le enseñaron el puritito inglés pero mis primos son diferentes, mi tía es más mexicana que un nopal y aunque es una white-mexican por efecto de la colonización de colonizada no tiene nada. Es, junto con su familia, la colección más rica de costumbres de nuestra tierra; ellos están hechos de maíz, de pulquito y manchamantel. Sus cabellos son negros, portan bigotitos a un lado de las comisuras de los labios y su lengua pronuncia las erres como si un terremoto quisiera sacudir América.

Alguna vez me fui a NY yo sola como regalo de cumpleaños, mi tío me dijo que era una oportunidad para practicar mi inglés. Iba de arriba a abajo, en metro o caminando, esperando encontrarme la oportunidad perfecta para poder demostrar que mi lengua había sido domada por algún americano que en mi examen de certificación me puso la más alta de las calificaciones. Cuando al fin pude hablar mi lengua ya no tenía personalidad, gringuita la condenada, nada de salsa, nada de tortillitas sobre el comal. Fue increíble, nada me delataba ni me hacía sentir fuera de lugar.

A uno de mis primos le pegaron por ser latino; sus cabellos gruesos, su piel tatemada y su acento de pocho lo habían hecho acreedor de una madriza. A la gringuita le hicieron bullying también, porque la lengua del otro es tan torpe que no puede con un apellido tan simplón como el nuestro. A mis primos les hice una playera en la que se leía «You don’t know me. You don’t know mi barrio.» y les aconsejé que se protegieran como hermanos que dijeran algo así como «te van a caer mis primos loco». Que abrazaran su identidad latina, porque no quiero que se pongan limón en el cabello o cremas para aclarar su piel con el fin de sentir que pertenecen a algo que no vale la pena. Ese día también empecé a descolonizar mi lengua, las erres pronunciadas, las palabras a veces se me confunden, digo «come on pa’ca» y soy practicante del spanglish y así está mejor porque el modo en que hablamos es un acto político. Porque esas tierras que dicen que son suyas, pos no son tan suyas cuando los nuestros las trabajan. Porque podrán ser dueños de muchas cosas, menos de nuestra identidad y de nuestra lengua.

ERRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRE

 

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